lunes, 4 de junio de 2012

Manolo Blahnik y sus MANOLO'S

Hoy nos toca seguir hablando de las firmas más importantes en el mundo de la alta costura, el estilo y el lujo, y vamos a hacerlo con un español que ha conseguido que sus diseños den la vuelta al mundo durante décadas y que su nombre se asocie a la elegancia y al diseño: Manolo Blahnik.
El canario ha conseguido, con sus 40 años de trabajo, que sus zapatos tengan nombre propio, que todo el mundo sepa a qué nos referimos cuando hablamos de los manolo’s.




Sus zapatos, han sido utilizados por las mujeres más elegantes del mundo durante años, pero es ahora cuando su nombre ha adquirido eco para el gran público (no sé si eso será bueno o malo, la verdad) gracias a series de televisión como Sexo en Nueva York, donde sus zapatos son uno de los objetos de culto de la protagonista o la gran publicidad que le han dado artistas como Madonna.
Una de las piezas más originales de Manolo Blahnik es este modelo Acanto en color verde con detalle de hojas.





Zapatos bohu color frambuesa y negro de Manolo Blahnik



Botín apolonia modelo navy  de Manolo Blahnik.





Zapatos modelo BBR en color azul, un clásico de Manolo Blahnik que nunca pasa de moda.



Sandalias brazy gold de la colección de Manolo Blahnik. Auténticas joyas para tus pies.







Zapato modelo choli en azul con detalles en plata  de Manolo Blahnik.





Zapato de estampado floral modelo lomeo con detalles rojos, una creación de Manolo Blahnik.





Zapato azul modelo circula de la colección de Manolo Blahnik para la temporada primavera-verano de 2012.





Sandalias tricolor en amarillo, negro y fucsia modelo fuad de la colección nueva de Manolo Blahnik.





Sandalias rosas modelo duna de Manolo Blahnik para la temporada primavera-verano de 2012.







Sin embargo, esta llamada a la puerta del gran mercado no ha hecho que Manolo Blahnik cambie su forma de trabajar, todo lo contrario, aún hoy, cada temporada sigue siendo novedosa y original, marca tendencia y está hecha en materiales de primera calidad.
Manolo Blahnik nació en La Palma, en 1942, hijo de un checo y una canaria, y se crió entre plataneras, uno de los cultivos propios de la isla. Cuando fue mayor, en 1965, sus padres le mandaron a estudiar a Ginebra, arquitectura y literatura, pero dejó los estudios después de un año para estudiar arte en París.

Más tarde, en 1970 se fue a Londres para trabajar como fotógrafo de el Sunday Times. Ese trabajo fue el que le acercó directamente al mundo de la moda y le enseñó su verdadera vocación, ¿la responsable? Diana Vreeland, editora de Vogue Usa, ella fue la que le dirigió directamente al diseño de calzado.
Su primera tienda la abrió en Londres, en el 73, y desde ahí todo han sido éxitos, cada año sus modelos encabezan las portadas de las revistas más prestigiosas del mundo, calzan los pies de las mujeres más elegantes e inspiran las futuras colecciones de firmas de mayor consumo.
Su éxito es rotundo, en cada campo que toca, en parte por la originalidad de sus trabajos, algunos suponen un auténtico desafío al llevarlo en los pies, como las botas extra altas de hace unos años, o los modelos más arriesgados de tacón de aguja.




Crisis a los 60 años. Blahnik, que en diciembre cumplirá 60 años, se pellizca las mejillas y dice: “Odio esto. Así, tan viejo, parezco un bulldog”.


Años 80


Años 80


Años 80


Años 80


Años 90


Años 90


Años 90


Años 90


Años 90


2000





El hombre que reinventó los zapatos
Es el zapatero más famoso del mundo y cuenta con “fans” millonarias a las que no les importa gastarse más de 1.000 euros en uno de sus diseños y hacer cola para que este canario afincado en Londres los firme. Manolo Blahnik ha conseguido que sus zapatos no sean unos simples zapatos, sino unos codiciados “Manolos”.


Susannah Frankel


Manolo Blahnik, normalmente imponente y correcto, tiembla como un niño pequeño cuando se pone a hablar de su trabajo, moviéndose de un lado a otro por su sala de pases inmaculadamente ordenada, acariciando cada zapato al tiempo que lo describe. En un momento se coloca sobre la cabeza el objeto de su deseo para estrecharlo contra el pecho un minuto después. Es casi como si estuviera bailando con él.


“¡Me encantan las cerezas! ¡Siempre me han gustado!”, anuncia agarrando un par de zapatillas de satén de color rubí adornadas con versiones de la fruta en cristalitos rojos y con tantas tiras que apenas se ven. “¡Cerezas! ¡No me puedo resistir! ¡Marabú!”, dice a voz en grito, con una sandalia de seda con plumas de color rosa ceniza en la mano. “¡Tampoco me puedo resistir! ¡Y éste! ¡Mire éste! Al cocodrilo se le ha rebajado el color, normalmente estos cocodrilos son de color marrón, por supuesto. Es decir, que está pintado a mano. ¡Taaan caros! ¡Qué importa! ¡Divinos! Y éstos son de hiena! ¿Se imagiiina? ¡Mire las manchas! Obviamente no son de verdad”. Ni qué decir tiene que la relación amorosa de Blahnik por los zapatos es inmortal. “Mire éste”, dice alzando una sandalia de cuero negro y tacón de aguja, extremadamente delicada, si no fuera por la cadena de plata del broche del tobillo. “¡Estilo Helmut Newton! ¡Y éste!” Ahora vuelve su atención a un perfecto zapatito todo negro. “Si quiere ver el estilo burgués, le enseñaré algo burgués! ¡Totalmente Belle de Jour!”. Un par de zapatos de satén con un tacón coqueto: en confianza, me dice, son “¡Ay! ¡Horribles!” Otro segundo par en el mismo estilo, sólo que acabados con diamantes, rayan claramente el límite de lo soportable. “¡Ya no aguanto más los zapatos brillantes! ¡Peor que vulgar!”. Es inútil advertirle que, dado que esos zapatos precisamente forman parte de su colección actual, criticarlos delante de una periodista puede ser un poco arriesgado.


“Lo que más me interesa es la estructura de un zapato, después el detalle. ¡Mire éstos!”. Ahora está jugando con un botín negro. Se atan con unas correas de piel suave como la mantequilla, cuyos contornos han sido cariñosamente pintados de un rojo tomate brillante. Si se despista por un momento, se lo pierde, pero para aquellos que se inclinan ante el santuario de Manolo Blahnik –y hay muchos– semejantes toques exclusivos son una parte integral de su magia. No debería sorprendernos ya que el gran artista seguramente puede haber dado unos toques de matiz escarlata con su delicada mano. Blahnik revolotea ansiosamente por la fábrica mientras sus diseños están en producción, con un mechero en la mano, quemando alguna hebra que se atreva a aparecer. En el mundo, según Manolo Blahnik, semejante desaliño no se puede tolerar. De este tipo de cosas están hechas sus pesadillas.


De hecho, Blahnik me cuenta más tarde en la comida, justo al cruzar la calle de sus oficinas de King’s Road en Londres, que hoy no se siente tan bien. “Odio esto”, dice pellizcándose las mejillas. “Así, tan viejo, parezco un bulldog! Y todas estas manchas son del sol. Tengo muchas en los hombros que parecen un mapa o algo así”.


Habla a una velocidad de vértigo, saltando de un tema a otro y sólo raras veces acaba una frase entera. Su acento, casi imposible de precisar, es en parte inglés de Queen, en parte español, pero tiene, sobre todo, un marcado sonido gutural eslavo, parecido al de las hermanas Gabor. Habla seis idiomas con soltura, a veces de manera coincidente. Blahnik es provocadoramente elíptico, a pesar de que la extravagancia de sus gestos y el uso libre de la exclamación (“¡fantaaastico!”, “¡precioooso!” y, a la inversa, “¡espantoooso!”, “¡horriiible!”) ayude a dilucidar su maraña de pensamientos. En un momento, éstos revolotean desde los plagiarios fabricantes de zapatos (“hoy en día mis zapatos se pierden en este maremagnum de zapatos por todas partes. ¡A veces ni los distingo!”) hasta los Oscars (“esta chica, Halle Berry, es fantástica. La vi en la película con el horroroso Billy Bob Thornton. Moulin Rouge es histérica como MTV...”). El cine, en concreto, es una de sus continuas obsesiones, producto, dice Blahnik, de una vida transcurrida en habitaciones de hoteles, “comiendo bombones, chocolate, viendo películas...”


A pesar de que está tocándose y pellizcándose constantemente, tiene un aspecto imponente. Vestido con un traje de tres piezas hecho a medida en un tono pálido y una corbata de seda de color lila, el pelo blanco liso, peinado hacia atrás como una estrella de cine de los años 30. “¿Está de broma? ¡Tengo que llevar gomina! De lo contrario parezco un monstruo total”. Pero al tiempo que a Blahnik se le ve más que feliz criticándose a sí mismo –y lo hace sin cesar–, es todo un conquistador de pies a cabeza, tiene el don exclusivo de los educados con las más finas maneras, de hacer que cualquiera que esté a su lado se sienta especial e importante, siendo él, frecuentemente, la persona presente más especial e importante. Esto quizá sería demasiado bueno para ser verdad si no fuera porque también disfruta aireando los trapos sucios. Es incisivo: “Me encanta Madonna, hay que admirarla... Oculta tan bien su falta de talento”.


Este año Manolo Blahnik cumple 60 años. Después de 30 años en el negocio, sigue siendo el diseñador de zapatos más grande del mundo. Desde los zapatitos bajos hasta los zapatos de tacón de vértigo por los que es más conocido, su trabajo, perfectamente equilibrado tanto estética como técnicamente, y su buen ojo para el color y los adornos en el acabado, hacen de él un personaje sin rival en su campo. Máximo esteta, Blahnik es también un hombre muy cultivado. Se siente cómodo hablando de arte, literatura e historia. “De Marie Antoinette pensé que era una bruja pero leí este libro... Es fantaaastica, le prometo, no sólo una figura decorativa”. No es de extrañar que las mujeres más perspicaces del mundo hagan cola para adquirir sus diseños, para comprar el mito en el que se ha convertido Blahnik.


“Sus zapatos son muy enrevesados,” dijo una vez Sandra Bernhard. “El zapato mismo parece una mujer”. A pesar de que la mundana diseñadora americana Carolina Herrera capte a la perfección la cualidad transformadora de su obra, anunciando simplemente que Blahnik le dio piernas, aquí tenemos el elogio típicamente extravagante del diseñador norteamericano Isaac Mizrahi a Blahnik: “Es un genio como Benjamín Franklin o Isaac Newton. Caigo a sus pies y adoro su templo”.


Cuando Blahnik viaja a los EEUU, su mercado más grande con diferencia, es asediado por mujeres que hacen cola para pagar desde 500 euros por un par de zapatos suyos y luego vuelven a guardar cola para que se los firme el propio autor, aunque deberían saber que él se los va a estropear con un garabato. Blahnik explica el secreto de su éxito de forma menos histérica que sus admiradoras. “Se trata de hacer las cosas lo mejor que puedes y de escoger los mejores materiales, luego hay que poner estos materiales en el lugar adecuado para evitar una falta de armonía aquí y otra allá... Hay que saber lo que le gusta a la gente”.


Blahnik es un héroe a pesar suyo. Rehúsa dar el nombre de bellas mujeres que desde hace ahora tres décadas llevan confiando por completo en sus diseños: desde Bianca Jagger hasta su antigua amiga Tina Chow, y desde Nicole Kidman a Kate Moss. “Nunca desvelamos los nombres de nuestras clientes”, objeta. “Ellas son nuestras clientes. No somos tan viles”. El diseñador tampoco ha sucumbido jamás a la tentación de la expansión y de convertirse en una marca global. El negocio de Blahnik sigue siendo relativamente pequeño. Tiene una tienda en Londres, que ha estado allí casi desde el comienzo de su carrera, y otra en Nueva York. Sus productos se venden únicamente en dos boutiques en Francia, dos en Alemania, una en Hong Kong, una en Milán, dos en Australia y cinco en Japón.


“No quiero tener muchas tiendas”, explica. “Me han tentado muchas veces con hacerse cargo de ellas, pero hay una vocecita que me dice siempre: ‘no lo hagas’. En resumen, que odio decir que algo está mal por culpa de doña Fulana de Tal o que es la culpa de la empresa del señor Mengano de Cual. Si hay algo que está mal respecto a mis zapatos, entonces es siempre culpa mía. Odio echar la culpa a otros. Lo que quiero es concentrarme en hacer mis propias cosas”.


Decir que Blahnik es un perfeccionista sería un eufemismo. Si accediera a expandir su negocio, el incremento de su producción sería probablemente el fin de su trabajo. “Soy un neurótico”, anuncia alegremente. Mientras que otros diseñadores de zapatos de menor categoría visitan a las profesionales que fabrican sus creaciones una o dos veces por temporada, Blahnik se instala de forma continua durante semanas o meses junto a las dos pequeñas fábricas que emplea y que llevan unas familias a las afueras de Milán. Una vez realizado el diseño, modela cada zapato personalmente, cincela sus propias hormas (los bloques de madera sobre los que se construyen los diseños), corta los satenes, sedas y pieles, los modela sobre aquéllas y finalmente pega en su lugar adecuado los adornos que correspondan. Puede mantenerse a una distancia conveniente de toda la parafernalia que rodea a la moda –las fiestas, los calendarios agotadores de los pases...–, pero en lo que se refiere al proceso real de la fabricación de zapatos, es ahí claramente cuando está en su propio elemento.


“Es una pequeña familia”, dice Blahnik de la gente que dirige su fábrica favorita, la que produce sus diseños más elaborados. “Llevan haciendo esta clase de zapatos durante 200 años, así que tengo mucha suerte”. No hacen más de 80 pares al día, mientras que para otras marcas producen decenas de miles en una jornada.


Hijo de un padre checo que murió en 1986 y de una madre española, Blahnik creció en la isla canaria de Santa Cruz de la Palma, donde la familia tenía una plantación de plátanos. Su madre, de 88 años, vive en la misma casa hasta el día de hoy. Y Blahnik la visita con regularidad –“todos los meses si puedo”– y habla con ella al menos una vez al día.


“¡En las Islas Canarias o tenías plátanos o no tenías nada!”, proclama Blahnik. “No había amigos, ni gente, ni coches, ni televisión ni nada en la isla. Tenías que crear tus propios juegos”. A pesar de que disfrutaba haciendo rabiar a su hermana Evangelina, que ahora dirige la parte europea de su negocio, estaban siempre entretenidos, leían a su madre la prensa del corazón y cazaban lagartijas. Blahnik les hacía vestiditos a las criaturas con envoltorios de caramelos y papel de plata de las cajetillas de tabaco.


Le mandaron a la Universidad de Ginebra a estudiar, donde cursó estudios de Derecho y Literatura. Decidió que el ejercicio de la abogacía no estaba hecho para él –según cuenta la leyenda sobre su vida– cuando un día se desmayó al ver un cadáver en una clase de medicina forense. Entonces, en unas vacaciones con amigos en Francia en 1960, descubrió la ciudad de París y se enamoró de ella. Se fue a vivir allí en 1968, dejando su licenciatura sin acabar, y se puso a trabajar en una boutique llamada Go.


En 1970 hizo lo que tenía que hacer, se trasladó a vivir a Londres, donde se dedicó a las relaciones públicas y a comprar pantalones vaqueros para Joan Burstein, en aquel entonces propietaria del imperio de diseño Feathers (actualmente es dueña de Browns). No mucho después viajó a Nueva York con el fotógrafo Eric Boman y una carpeta repleta de bocetos con figurines para teatro, más que dibujos de zapatos.


Fue Diana Vreeland, una leyenda de la moda de Nueva York, la que descubrió la aptitud de Blahnik como diseñador de zapatos. “Llevaba una carpeta enorme, con montones de dibujos, muy a al estilo señor Don Libre, muy inocente”, explica. “Tenía ideas y pensé que eso era lo que quería hacer, pero también dibujos de modelos, gente que llevaba esas cosas horrendas... ¡Dios mío!, ¡hace miles de años!, había cerezas por todas partes: enrrolladas alrededor de las piernas hasta el muslo, con bolsos colgando... De lo más espantoso que se pueda uno imaginar”.


Sin embargo, Blahnik pensaba de otra manera. “Desde joven veía el nombre de la señora Vreeland al timón de Bazaar y, cuando la conocí, yo era una especie zapatero remendón de Bavaria, como si hubiera salido de un cuento de los hermanos Grim...”. Mucho más tarde, Blahnik terminó diseñando zapatos especialmente para ella: “¡Menudo privilegio! Eran unos zapatitos bajos, muy planos, muy alargados y finos como el papel, pues la señora Vreeland estaba muy delicada por aquella época”.


De vuelta al Londres de los años 70 y animado por el interés inicial de la gran señora, Blahnik empezó a diseñar zapatos para Ossie Clark. “Se bamboleaban un poquito, a decir verdad. La verdad es que no entendía mucho de la gravedad y me acuerdo cómo se jugaban la vida aquellas chicas en la pasarela de Ossie”. Más tarde llegó el zapato de la marca Fiorucci. “Aquellos zapatos de leopardo eran míos. Los llevaba todo el mundo. ¡Uf, qué horror! Pero era muy divertido”.


Los resultados de ese trabajo le ayudaron a fundar Zapata, una tienda diminuta escondida justo detrás de King’s Road. Es ahora igual de exclusiva que cuando se abrió, con la única diferencia de que lleva el nombre de su propietario. De eso han pasado ya casi 30 años. Hoy en día Blahnik, cuyo conocido rostro vi por primera vez cuando era niña moviéndose de un lado para otro en Zapata, mezclándose con la célebre clientela, siempre con su famoso plumero en la mano para asegurarse de que todo estuviera perfecto, goza de un reconocimiento más que justificado en el mundo entero. “En diciembre cumplo 60 años”, se lamenta. “¡No me lo puedo creer!”.


Ha recorrido un largo camino. Además de los muchos premios y honores que ha recibido a lo largo de los años, a principios de 2003 Blahnik se convertirá en el primer diseñador de zapatos al que el Museo de Diseño de Londres dedicará una exposición retrospectiva sobre su obra. Y hay que reconocerle que a diferencia de muchos de sus contemporáneos alcanzados por la fama sigue siendo el mismo de siempre. ¿Una persona brillante? Sin duda alguna. ¿Un neurótico? Él mismo es el primero en admitirlo. ¿Enamorado de su trabajo? “Ahora más que nunca”, dice.


El mundo de la moda ha cambiado muchísimo desde que empezó. “Ahora todo depende de los desfiles, de tener páginas en las revistas. No importa si el diseño funciona”, dice.


La casa de Blahnik es una casa de estilo Regencia en Bath, o “un mausoleo del zapato” como puntualiza. No puede estar allí tan a menudo como quisiera, e incluso cuando está allí vive y respira su obra. Todos y cada uno de los modelos de zapatos que ha diseñado aparecen cuidadosamente expuestos en estanterías que revisten las paredes. “¡Hay miles de zapatos!” dice, ligeramente desconcertado por lo extraordinario del mundo que ha creado.





















Vida para zapatos
Suele ocurrir que cuanto más caros son unos zapatos también resultan más delicados. *La utilización de pieles muy frágiles o telas como el satén en su fabricación hacen que haya que extremar los cuidados. *No es recomendable utilizar los mismos zapatos dos días seguidos, ya que se deforman. *Hay que guardarlos siempre con horma o, en caso de ser diseños muy estilizados, meterles papel en la zona del empeine para evitar que pierdan la forma original. *A la hora de la limpieza, hay que tener en cuenta el tipo de piel o material con el que están confeccionados. Algunos zapatos de tela se limpian en seco. Los de ante se limpian con un “spray” especial y cepillos de púas metálicas, mientras que con los de pieles delicadas es preciso evitar las cremas muy líquidas. *También hay que llevarlos al zapatero cuando las suelas y las tapas de los tacones empiezan a estar gastadas para evitar que se deterioren y los roces alcancen las costuras o la piel.

Curiosidades

  • Madonna calificó en una ocasión sus zapatos como mejores que el sexo.
  • El personaje que interpreta Sarah Jessica Parker, Carrie Bradshaw, en la serie Sex and the City (Sexo en Nueva York) es adicta a los Manolos.
  • Lady Gaga, cantante de Pop Techno, en su canción "Fashion" dice que ama "esos Manolos".
  • Kylie Minogue Durante las Gira Showgirl: The Greatest Hits Tour y Showgirl: Homecoming Tour todos sus cambios de vestuario incluyeron diseños exclusivos de los famosos Manolos
  • En un capítulo de la serie The Big Bang Theory, Penny fotografía unos Manolos, mientras crea una aplicación informática para reconocer zapatos.
  • En el sexto episodio de la sexta temporada de Padre Made in USA, el protagonista viste a su pavo del día de acción de gracias con unos Manolo Blahniks.
  • Bette Midler hablando de los Manolos creados para el musical de Broadway 'Priscilla, reina del desierto' Me encantan los zapatos, los travestis y el teatro
  • Los zapatos de novia de Bella Swan en la película Amanecer Parte I (Saga Crepúsculo) son unos Manolos.

¿Quién los lleva mejor?

 Porque no hay Carrie sin Manolos... y sobran los reportajes sobre su adicción al diseñador canario. Hasta los llevó el día de su boda con el Sr. Big. 
 
Sarah Jessica Parker

Kristina Blahnik y Anna dello Russo



Diane Kruger

Tyra Banks

Hilary Rhoda

Milla Jovovich

 

Rachel Roy

 

Coco Rocha

Whitney Port

Becki Newton

Reese Witherspoon






Las hermanas Olsen 


Cynthia Nixon - Manolo Blahnik for Carolina Herrera SS 2011.

Amanda Seyfried


Rihanna

Charlize Theron


Petra Nemcova


Jennifer Aniston
Rashida Jones hermana de Quincey JonesVanessa Simmons y Rihanna

Los zapatos de novia  de kate Moss






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1 comentario:

  1. Qué post tan magnifico!!! No lo había visto sorry.
    Los que más me gustan son esas sandalias color block y los que menos los azules con hebilla de sexo en NY,es que no les veo la gracia.
    besos

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